miércoles, 22 de junio de 2016

El abuelo

Los viejos guardan las palabras
para quienes realmente
los entienden y admiran: Los niños.
Su mundo es el silencio de la habitación… esa que da a la calle... Entrando por la puerta principal, la primera a la izquierda.
Dormita.
Hace tiempo su cama tiene barandas y, al elevar la cabecera, puede ver el viejo televisor. Prefiere los programas de deportes. La mujer e hijos lo cuidan con esmero, en general, él no responde.
Cuando viene Manoel, su hijo mayor, lo toma en sus brazos y lo sienta en el sillón… una mueca le endulza la cara. Sus ojos toman ahí el color del Miño, marrones con un ligero tono azulado… Entonces, la pregunta:
- ¿Vino Lucía?
Espera ansioso la respuesta. Al escuchar el “Sí” su corazón empieza a galopar enloquecido. Se le escapa del pecho.
Instalado el abuelo, van a buscarla. Ella corre, lo abraza, lo besa y termina sentada a su lado.
- Abuelo, contame la historia de la campiña… esa dónde aparece la abuela.
Las palabras se atropellan, salen desordenadas.
- Pará, empezá por la abuela.
- Tu abuela era “flor de mayo” cuando la conocí. Todas las semanas iba a verla cruzando el río Miño a nado… ella me estaba esperando…
- Así no abuelo, en portugués!!!!
- Tua avó era “flor de maio”, quando eu a conheci...
El abuelo habló una hora sin parar, Lucía no sacaba los ojos de ese rostro surcado por las arrugas, el tiempo, la nostalgia y el amor a su compañera de toda la vida… En la aldea… En el exilio elegido cuando sus amigos de apenas veinte años fueron al monte al estallar la Primera Guerra Mundial.
Lucía entendía y admiraba a su intrépido abuelo...
Al verlos, afloraba “el amor incondicional” que unía a esa niña de cabellos ensortijados y ese abuelo silenciado por la vida...

Imagen: Internet

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